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Pragmática y sintaxis. (parte V)

6. Hipérbole y metáfora.

Entre nuestras ideas preconcebidas sobre el lenguaje y su uso se encuentra la supuesta literalidad de nuestros mensajes, literalidad que únicamente se vería rota en los mensajes figurados propios de la poesía. Sin embargo, al hablar no pensamos en reproducir literalmente una realidad, sino en conseguir que nuestro interlocutor llegue al enriquecimiento pragmático oportuno. La literalidad es un caso extremo y extraordinario de parecido en una representación. Los hablantes no esperamos que lo que se nos dice sea literal -en otras palabras, exactamente verdadero- sino que se pueda obtener de ello el mayor número de inferencias pertinentes con el menor esfuerzo.
Este punto de partida nos da cuenta de un modo distinto al habitual de diferentes figuras retóricas. Así, Helena Beristáin (1985, s.v.) define la hipérbole como “exageración o audacia retórica que consiste en subrayar lo que se dice al ponderarlo con la clara intención de trascender lo verosímil [...]”. En realidad, el habla de todos los días está llena de hipérboles:

(21) a. Lleva toda la vida esperando una solución.
b. No puedo aguantar más a Antonio.
c. En el metro no cabía un alfiler.
g. En Madrid no se puede respirar de tanta contaminación.
h. Con estos precios nadie puede comprarse un piso.


Todos sabemos que nadie lleva toda la vida esperando una solución, que siempre se puede aguantar un poco más a una persona, que cabía un alfiler en el metro, que los madrileños no nos morimos de asfixia cada invierno y, por último, que, aunque empeñados hasta la jubilación, al final conseguimos comprarnos un pisito. No obstante, el oyente no percibe estas hipérboles como exageraciones falsas, pues no utiliza un criterio de verdad para juzgarlas, sino que busca en ellas inferencias pertinentes.
También la metáfora recibe otra explicación dentro de la pragmática. Sería un caso extremo de uso aproximado, es decir, no literal. Con ella el hablante pretende que el oyente obtenga unas implicaturas que serían inalcanzables con un uso literal del lenguaje. Quien declara Hacienda es una máquina permite que el interlocutor obtenga una serie de implicaturas: Hacienda trabaja sin descanso, no tiene sentimientos o no se detiene ante nada; implicaturas que difícilmente se podrían comunicar de otro modo.
De nuevo, la metáfora no será un mecanismo extraordinario, sino un fenómeno perfectamente explicable por el mismo principio que rige el común de la comunicación humana: se busca la pertinencia para obtener las implicaturas oportunas. La diferencia principal entre las metáforas más usuales del habla diaria y las más creativas propias de la literatura está en ser estas últimas menos predecibles.
Las metáforas más usuales se basan en nuestra experiencia primera con la realidad material (Lakoff y Johnson 1980). Entre estas experiencias tenemos nuestros propios movimientos o la manipulación de objetos. Vamos a detenernos en metáforas de este tipo. Es frecuente, por ejemplo, la metáfora de comprender a los trabajadores como un objeto. Para conseguirlo el primer paso es deshumanizarlos por medio del sintagma mercado de trabajo o mercado laboral.

(22) El outlook de la OCDE califica de “tímida” la reciente reforma laboral en España y emplaza al Ejecutivo a reanudar los cambios en el mercado laboral con objetivo de intensificar la fuerte creación de empleo de los últimos años. [en Expansión Directo, 4-V-2001]

Una vez que los trabajadores y sus derechos y deberes se convierten en un objeto (mercado laboral) se le otorgan propiedades físicas. Por lo general, este objeto se presenta como rígido.

(23) El reto consiste en obtener que la moneda única -el euro- opere como una fuerza que remueva los obstáculos que aún limitan la competitividad en la región: la rigidez del mercado laboral, el peso excesivo y la escasa eficiencia del Estado Social, la elevada carga impositiva, el exceso de regulación en los servicios públicos y la reducida capacidad de producir innovaciones en comparación con las otras grandes áreas económicas del mundo. [en El Mundo, 8-I-1999]

El adjetivo rígido y el sustantivo rigidez están peyorativamente marcados en español. Esto se puede probar gracias a la locución preposicional en aras de. El término de esta locución se comprende como axiológicamente positivo, así se explica el contraste entre:

(24) a. Tomó esta decisión en aras del bien de la sociedad.
b. #Tomó esta decisión en aras del mal de la sociedad.

El mal está, evidentemente, marcado como peyorativo en nuestra cultura y, en consecuencia, nos extraña que sea término de esta locución prepositiva. Veamos lo que sucede con rigidez. Nos extrañaría:

(25) a. #Tomó esta decisión en aras de la rigidez de los mercados laborales.

Porque el sustantivo rigidez orienta hacia conclusiones axiológicamente peyorativas. Lo deseable es la flexibilidad. No nos extrañaría, pues:

b. Tomó esta decisión en aras de la flexibilidad de los mercados laborales.

Por otra parte, la flexibilidad de un objeto no lo cambia, continúa siendo el mismo. El mercado laboral que se flexibiliza adelgaza por un sitio para crecer por otro y, en consecuencia, no nos sentimos amenazados, de ahí también la ventaja de denominar la disminución de los derechos de los trabajadores como flexibilidad del mercado laboral.

(26) a. Para el jefe del Ejecutivo, estos problemas se resolverían a través de una mayor flexibilidad salarial y del mercado laboral [...]. [en Expansión Directo, 10-IX-2001]
b. Nuestro objetivo [de Aznar] es la profundización del mercado interior en sectores como la energía; la superación de la fragmentación física de los mercados mediante el desarrollo de las necesarias infraestructuras; un reforzamiento de la competencia de la Unión Europa; una mayor flexibilidad y movilidad en nuestros mercados de trabajo, y la mejora de los niveles de formación y educación de los europeos para los retos que nos aguardan. [en Actualidad Económica, 14-XII-2001]

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