!-- Google tag (gtag.js) -->
Contar repetidamente una historia influye en el entorno de seguridad que buscamos, pues favorece la predicción, y permite que el niño se familiarice primero con la estructura de la narración y luego, con los acontecimientos y detalles. Además, muchos niños se quedan “enganchados” a un mismo cuento, porque alguno de sus personajes o el problema que se plantea en él conecta con sus necesidades afectivas (por ejemplo, la superación de un miedo) y es a través de él que se ven satisfechas o trascendidas.
Las primeras experiencias lectoras son fundamentales para que se desarrolle el gusto por la lectura y que el aprendizaje de este proceso sea fluido. El hábito lector de los padres, que tiende a ser imitado por el niño, las experiencias tempranas en casa y un entorno rico en materiales de lectura (fácil acceso a cuentos, libros, revistas,...) reduce el riesgo de dificultades en la adquisición de la lectura. Cuando hablamos de experiencias tempranas nos referimos, en primer lugar, a las lecturas que el adulto proporciona a los niños. En estos primeros momentos compartidos es importante establecer un modelo de interacción adecuado entre el niño y la figura de vínculo, que se ha de construir dentro de un entorno seguro, predecible y lúdico.
Crear un espacio agradable y elegir un momento propicio durante el día, que se convierta en rutina para el niño, seleccionar los cuentos según la edad y las preferencias del niño, hacer lecturas repetidas, convertir al niño en participante activo de la historia y emplear la voz, la música y la expresión gestual como herramientas comunicativas, son algunas de las recomendaciones más habituales. Si se crea este espacio seguro y de calma, el organismo libera hormonas que favorecen el bienestar y predisponen al cerebro del niño a atender a la historia.
La lectura dialógica es uno de los modelos recomendados para poner en práctica durante estas lecturas compartidas desde los tres años de edad. Esta técnica, cuya efectividad es validada por diversos estudios, favorece el desarrollo del lenguaje y del léxico, dos de las bases fundamentales para que el posterior aprendizaje de la lectura sea adecuado. La lectura dialógica se diferencia de las otras formas de lectura compartida en el hecho de que considera al adulto como intermediario y no director de la actividad, es decir, hay una interacción entre el adulto, el niño y el cuento.
El niño es un participante activo y, como tal, tras varias lecturas repetidas en las que el adulto le guía y le hace preguntas, debería de ser capaz de relatar la historia por sí mismo con ayuda de las ilustraciones. Contar repetidamente una historia influye en el entorno de seguridad que buscamos, pues favorece la predicción, y permite que el niño se familiarice primero con la estructura de la narración y luego, con los acontecimientos y detalles. Además, muchos niños se quedan “enganchados” a un mismo cuento, porque alguno de sus personajes o el problema que se plantea en él conecta con sus necesidades afectivas (por ejemplo, la superación de un miedo) y es a través de él que se ven satisfechas o trascendidas.
La lectura dialógica permite la adquisicíón de vocabulario en contexto, la familiaridad con la estructura narrativa, la práctica de estrategias metacomprensivas y de comprensión de inferencias desde muy temprana edad, es decir, prepara para tareas
lectoras más complejas. El adulto modela estas prácticas de manera indirecta cuando hace comentarios lógicos o mentalistas que ponen palabras a su pensamiento, como: “Patapalo, el temible. ¡Es una historia de piratas!” (predicción previa a la lectura, en base al título), “creo que esto es lo que va a ocurrir después” (predicción de acontecimientos), “me parece que la niña está un poco asustada” (inferencia sobre un estado mental), “yo conozco a un niño como este y él aprendió a nadar” (relación con conocimientos previos).
Durante la primera etapa de aprendizaje lector, el niño pone todos sus recursos cognitivos en la decodificación de los textos a los que se enfrenta y si a ello sumamos el esfuerzo que tiene que hacer para comprender, a veces pierde información relevante, pues colapsa la memoria de trabajo del niño (fundamental en esta tarea), o este se agota y no disfruta con la historia que lee. Pensemos, como ejemplo, en el esfuerzo que supone una primera excursión a la montaña.
Se nos hará difícil atender a nuestro entorno, porque únicamente nos fijaremos en nuestros pasos, para no tropezar, y, probablemente no llegaremos a la cima, por cansancio o porque erremos el camino. Con una adecuada forma física, el ascenso será menos agotador, pero igualmente se hará difícil mirar el paisaje, porque tendremos que atender a los hitos para no perder la ruta. Solo si sabemos interpretar el mapa y tenemos un buen entrenamiento, optimizaremos el esfuerzo, llegaremos a la cima y podremos disfrutar del paisaje. Y siempre será mucho más fácil si vamos acompañados por un guía, que nos muestre el camino y planifique la ruta, con pausas en los miradores más bonitos.
Del mismo modo, la lectura es generativa, en tanto que su entrenamiento supone una mayor fluidez y perfeccionamiento, pero el esfuerzo en la decodificación los primeros años tiene que ser necesariamente acompañado para no resultar tedioso o conducir a la frustración, menos en los casos en los que se detecta alguna dificultad o un ritmo más lento en la adquisición. Es por esto, que se han de compartir en familia los momentos de lectura más allá de los seis años, cuando se da por sentado que el niño es capaz de enfrentarse solo al libro por el mero hecho de conocer el código escrito, de la misma manera que se piensa que es fácil subir una montaña, porque podemos caminar. Durante las lecturas, se puede aprovechar para introducir juegos de rimas, trabalenguas, retahílas o canciones, o encontrar sonidos dentro de palabras del cuento (“hacer de detectives”) con lo que entrenaremos la conciencia fonológica, una habilidad fundamental para progresar en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Asimismo, es buen momento para iniciar la lectura por capítulos, que favorece la motivación por las historias, la elaboración de predicciones y la memoria, pues exige al niño recordar cuándo y cómo se interrumpió la narración el día anterior.
En cuanto a los pasos a seguir para motivar la lectura autónoma, se comienza
favoreciendo primero la comprensión de la palabra. Mirar juntos libros de imágenes que se acompañan de las palabras escritas, hacer con el niño la lista de la compra y que él nos la dicte en el supermercado, leer los ingredientes de un bizcocho que luego haremos juntos, etc. son actividades que se pueden plantear. Seguidamente, se entrena la comprensión de instrucciones escritas, siempre dentro de tareas funcionales o lúdicas: seguir una receta sencilla, las instrucciones de un juego, leer una orden en la pizarra blanca de su habitación como “ven a la cocina” o “mira en tu cajón” y que allí se encuentre una pequeña sorpresa, dibujar un monstruo siguiendo directrices escritas sencillas (“dibuja un ojo debajo de la nariz” o “pinta la boca de color verde”). Más tarde, se puede empezar a leer pequeños cuentos, poesías o viñetas y, finalmente, libros.
En el caso de niños con necesidades educativas especiales, dificultades en el aprendizaje o dislexia, es recomendable usar, al alcanzar este nivel, libros de “lectura fácil” para motivar su independencia lectora. Estos libros adaptan el formato (tipo de letra, espaciado, presentación de los enunciados...), la gramática y el vocabulario para facilitar el acceso a la comprensión, sin perjuicio de que el contenido resulte infantilizado o de menor calidad, lo que podría favorecer el rechazo del niño o la desmotivación por la lectura. La editorial Barco de Vapor tiene una colección en la que los propios autores del texto original adaptan el contenido de la historia al formato de “lectura fácil”, pero son muchas las editoriales en las que podemos encontrar este recurso. Y no olvidemos el potencial del cómic, que reduce el lenguaje escrito en favor de la imagen, en la que recae un peso importante de significado facilitando la comprensión de la historia.
Cuando existe dificultad es recomendable centrarse en los progresos individuales de cada niño, sin comparaciones, y no perder nunca de vista nuestro acompañamiento en la tarea, con el fin de evitar sensaciones de fracaso en la tarea lectora (se puede leer por turnos o a coro las intervenciones de los personajes, o fragmentar las historias en párrafos e ir comentando los aspectos clave a tener en cuenta). El objetivo es no generar experiencias de excesiva demanda, aburrimiento o pérdida de confianza del niño en sus propias capacidades, pues solo conducirán a crear indefensión aprendida y al rechazo de las tareas de lectura.
El niño se convierte en un buen lector si tiene experiencias positivas y de éxito en sus primeros pasos, de la misma manera que ocurre con cualquier habilidad que desarrollamos en nuestra vida. Como adultos debemos convertirnos en buenos acompañantes del aprendizaje de la lectura. No hay necesidad de una formación específica. Sin demandas, disfrutando del momento compartido, aclarando las palabras nuevas en el repertorio del niño, comentando los porqués, en definitiva, guiando el proceso de forma respetuosa.
Referencias
lom-Hoffman, J., et al. (2007). Instructing parents to use dialogic reading strategies with preschool children: Impact of a video-based training program on caregiver reading behaviors and children’s related verbalizations. Journal of Applied School Psychology, 23, 117–131.
AnclaMorgan, P.L., Meier, C.R. (2008) Dialogic Reading's Potential to Improve Children's Emergent Literacy Skills and Behavior. Preventing School Failure, 52(4):11-16
Castro, M. (2018) “Contar cuentos, una capacidad humana desde un enfoque creador.” Infancia: educar de 0 a 6 años, nº. 171, 22-27.
“Lectura fácil: ¿qué es?” (2017) Elena Moreno, artículo recogido en la dirección web: https://es.literaturasm.com/somos-lectores/lectura-facil-que-es
Jarque, J. (2014) Mejorar la lectura: Comprender palabras y oraciones (Niveles 1,2,3). Madrid: Grupo Gesfomedia.