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Los niños que lograron los mejores resultados tras el implante son aquellos cuyo cerebro pudo procesar los sonidos que oyen como parte de una lengua natural, y así pudieron desarrollar el lenguaje y la inteligencia. De todos los factores que entran en juego, podemos concluir que el que más incide en el logro de buenos resultados es la edad en que se realiza el implante.
D/Del apoyo de los padres
Los especialistas en la “rehabilitación” del habla con demasiada frecuencia han hecho recaer sobre los padres la responsabilidad del éxito o del fracaso de la misma. De hecho, la “rehabilitación” posterior al implante no se concibe sin el compromiso explícito de los padres, que deben superponer a su rol de tales, el intento de cumplir la misión imposible de enseñar a hablar a sus hijos. Así, los padres - y sobre todo las madres - se ven obligadas a convertirse en terapeutas a tiempo completo. En estas condiciones, la relación de los padres con sus hijos sufre graves distorsiones, sin beneficio para ninguno de los participantes. Cada mañana, ¡cuántos padres no amanecen pensando en qué fonema será capaz de articular su hijo, qué palabra podrá entender y pronunciar ese nuevo día! Y cada día los padres seguirán tratando de encontrar razones para seguir luchando, procurando en vano encontrar resultados positivos a lo que llega a constituir un ejercicio obsesivo.
Detrás de esto, vendrá lo inevitable, la conclusión indeseada, postergada mientras sea posible, cuando a pesar de todos los esfuerzos realizados por logopedas y padres no se obtienen los resultados previstos. La conclusión es que el problema está en el niño sordo. Se dirá que no es un sordo “puro”, sino que tiene “problemas agregados”. Así, la cuerda se romperá por el punto más débil. El culpable es el niño. Queda en el aire la pregunta: ¿Por qué otros sí pudieron? ¿Por qué este niño no pudo ser como esos otros que son exhibidos como prueba de que sí se puede…
Sobre esto hay que descorrer el velo de engaños. Los niños que lograron los mejores resultados tras el implante son aquellos cuyo cerebro pudo procesar los sonidos que oyen como parte de una lengua natural, y así pudieron desarrollar el lenguaje y la inteligencia. De todos los factores que entran en juego, podemos concluir que el que más incide en el logro de buenos resultados es la edad en que se realiza el implante. Pero no es posible garantizar que los resultados serán satisfactorios por el sólo hecho de que el implante se haya realizado en edades tempranas, porque son varios los factores que pueden intervenir obstaculizando el proceso. Entre ellos cabe señalar, sin pretender ser categóricos, desde un error diagnóstico hasta fallas en el mantenimiento de la prótesis para asegurar su buen funcionamiento.
E/ Del contacto con la lengua de señas
Un niño que no oye, al igual que un niño oyente, necesita apropiarse de una lengua natural para poner en marcha el mecanismo del lenguaje y mantener el círculo virtuoso de lenguaje, lengua y pensamiento. Y esto, en cualquier caso, desde los primeros momentos de su vida. Es una cuestión de vida o muerte, porque sin una lengua natural, en mayor o menor medida, el desarrollo del lenguaje se trunca sin remedio.
Por consiguiente, independientemente de que vaya a ser implantado o no, es un mandato imperativo, éticamente inexcusable, reconocer el derecho inalienable que tiene un niño sordo de acceder a una lengua natural tal como lo hacen todos los niños oyentes. Supongamos entonces que muy tempranamente - y antes de oír, por supuesto - al recibir el “estímulo” de una lengua natural (de señas en este caso), el cerebro de un niño sordo procesa los elementos de esa lengua y pone en marcha el mecanismo del lenguaje. ¡Esto es muy bueno, sin lugar a dudas!
E1/ La lengua de señas cuando el implante funciona bien
Supongamos ahora que el niño empieza a oír desde el momento en que es implantado. Es una ventaja que su mecanismo del lenguaje esté en marcha, alimentado naturalmente durante los primeros meses o años de vida. A partir del momento en que oye, no existe ningún impedimento para que el cerebro pueda incorporar los elementos de esa nueva lengua (oral) a los centros del lenguaje, y que como todo niño bilingüe, se apropie naturalmente de ambas lenguas. Pero para eso es preciso que el “estímulo” de la lengua oral funcione adecuadamente, vale decir, que el cerebro reconozca los sonidos del habla como partes de una lengua natural. Por consiguiente, si el niño sigue estando en contacto significativo con ambas lenguas, no habrá interferencias de ningún tipo, y el niño usará una u otra lengua, con perfecta competencia, para satisfacer sus necesidades comunicacionales, afectivas e intelectuales.
Es lícito suponer que - de una manera absolutamente inconsciente, pero siguiendo inexorablemente su intuición lingüística - el niño implantado habrá de escoger entre una y otra lengua la que abrazará como lengua primera. Con toda seguridad habrá de elegir la que mejor satisfaga sus necesidades comunicacionales, afectivas e intelectuales. Si no tiene dificultades para acceder a ninguna de las dos lenguas, la escogencia se inclinará hacia la lengua que le ofrezca más información, la lengua con la que pueda comunicarse con mayor amplitud. Y no puede extrañar a nadie que escoja la lengua oral si vive en un hogar donde sus padres y la casi totalidad de sus familiares son oyentes, y le hablan en español. Así como tampoco debiera extrañar a nadie que optase por la lengua de señas, si su entorno fuese tanto o más rico en información que el entorno oral, y que en esta modalidad fuese capaz de satisfacer mejor sus necesidades comunicacionales, afectivas e intelectuales, aunque sabemos que esta última situación es excepcional. En estos casos no cabe plantearse ningún tipo de problema. Es una situación ideal. Ojalá los resultados de todos los implantes fuesen éstos…
E2/ La lengua de señas cuando el implante no funciona del todo bien
Decir que no funciona del todo remite a una gama sumamente compleja de situaciones comunicacionales. En un extremo, se puede decir que no funciona del todo bien porque el ruido ambiental interfiere la inteligibilidad de las expresiones orales, o cuando se pierde o se dificulta la comprensión cuando dos o más personas mantienen una conversación animada, o cuando el oyente habla de espaldas o en un tono que se torna inaudible; pero sí el niño puede seguir la clase en la escuela regular y se alfabetiza a la misma edad con que lo hace un niño oyente. O en el otro extremo, se comprueba que no funciona bien porque el niño, a pesar de tener una buena articulación y entender y cumplir órdenes simples, no comprende las expresiones de sentido figurado, no se alfabetiza durante los primeros años de su escolaridad y se le dificulta entender los contenidos programáticos.
Va de suyo que en cada caso, tanto los padres como los profesionales, así como los propios niños implantados, harán todo lo posible por remediar la situación, aunque lamentablemente todos los esfuerzos pueden resultar infructuosos. En ese caso, es imprescindible formular la siguiente precisión. En estos casos, si un niño implantado, junto con el acceso a la lengua natural oral (que está resultando limitado) hubiese tenido acceso a otra lengua natural (donde no encontrase limitación alguna), sencillamente hubiese podido contar al menos con una lengua plena, una lengua que pudiese manejar a su antojo, como hacemos todos los oyentes con nuestra lengua natural oral. ¿Por qué prohibir entonces la lengua de señas al mismo tiempo que accede a la lengua oral luego del implante? Sólo por viejos prejuicios que sostienen que la lengua de señas entorpecería la adquisición de la lengua oral. Es hora de deslastrarse de esos prejuicios, echar por la borda ese peso muerto que puede hacer naufragar todo el proceso. Parece mentira que ya bien adentrados en el siglo XXI tengamos que rebatir supercherías que fueron creídas como ciencia durante buena parte del siglo pasado.
Así, tenemos conocimiento de muchos casos en los que los niños implantados han podido mantener, con mayores o menores dificultades, su prosecución escolar, como usuarios de la lengua oral. Pero que al llegar a la adolescencia, época de turbulencia afectiva e intelectual, época de búsqueda de compartir y cotejar ideas y sentimientos, estos jóvenes implantados “descubren” la lengua de señas y se muestran muy cómodos vinculándose con sordos señantes. En particular no son pocos los casos en que jóvenes implantad@s anudan relaciones afectivas con jóvenes sord@s señantes.
E3/La lengua de señas cuando el implante funciona mal
En estos casos los niños implantados pueden oír y reconocer sonidos del ambiente, incluyendo las voces de sus progenitores y de otros adultos significativos, pero no logran incorporar esos sonidos del habla como lengua natural a los centros cerebrales del lenguaje. No nos corresponde enumerar las causas que pueden traer aparejado este resultado. Ellas deberían ser pesquisadas por los especialistas que actuaron en el procedimiento. Sin embargo, nos resulta verdaderamente reprobable la frecuente excusa que hace recaer en los niños sordos el fracaso del implante. Igual cosa sucedía cuando en las escuelas oralistas la prometida “oralización” fracasaba (¡y eso ocurría en la enorme mayoría de los casos!). Se les dice a los padres que sus hijos no son sordos “puros” sino que tienen “patologías agregadas”.
¿Quién se atrevería a negar esta afirmación hecha por sedicentes “especialistas” en la materia”? No seré yo quien lo intente. Pero sí puede hacerlo la lengua de señas. Y por esta razón es más que necesario, es imprescindible, es una cuestión de ética, de valores morales, el mantener abierto sin restricciones el acceso del niño implantado a la lengua de señas natural. Porque si un niño implantado no logra apropiarse de la lengua oral, antes de decir que tiene “problemas agregados” será preciso demostrar que tampoco pudo desarrollar el lenguaje en un entorno apropiado de señas, interactuando con usuarios plenamente competentes de esa lengua. Si un niño sordo desarrolla normalmente el lenguaje usando la lengua de señas, entonces podemos decir que ese niño no tiene problemas agregados que afecten el lenguaje. Y si los tiene, no tienen que ser citados como causa del fracaso del implante. Pero para eso, es imprescindible que a todos los niños implantados se les permita acceder a la lengua de señas natural.
Esto no se hace por razones difíciles de explicar. Pero la óptima adquisición del lenguaje y el normal desarrollo intelectual mediante la lengua de señas, nos estaría mostrando que el problema no está en ninguna “discapacidad”. Porque nos está mostrando que su capacidad potencial desde el punto de vista del lenguaje, está indemne. Sólo que esa capacidad requiere una lengua distinta, la lengua de señas. Y sería una manera sumamente confiable de evaluar el mismo proceso que iría de la mano de la lengua oral.
Entonces, es imperativo que tanto los padres de los niños a ser implantados como los ya implantados exijan que no se les impida el acceso pleno, espontáneo y significativo a la lengua de señas natural (LSC o LSE). Los resultados hablarán por sí solos.