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Empobrecimiento simbólico. (Parte II)

He aquí una crucial distinción entre un niño que presenta un deterioro cognitivo y otro que, sólo no ha tenido oportunidades para desplegar su pensamiento y sus capacidades de representación.

En los primeros encuentros con estos sujetos, se puede observar que este empobrecimiento simbólico, rápidamente empieza a desdibujarse cuando se le ofrecen materiales, juguetes, juegos, actividades y demás propuestas que quizás nunca antes se les hayan brindado. Las estrategias de intervención a las que apelamos en un intento de ver de cuánto más es capaz ese niño, resulta efectiva al instante. El niño toma esos recursos que les ofrecemos y los hace propios, de esta manera, comienza a desplegar sus potencialidades; al mismo tiempo que, siente que puede, lo cual lo alienta; ya que en general, son niños y niñas que están acostumbrados al fracaso, por lo tanto poder aprender algo nuevo resulta absolutamente gratificante y estimulador para continuar aprendiendo.
 
Esta es otra diferencia, los niños y las niñas que sufren un empobrecimiento simbólico son aquellos que no han tenido contacto con instancias de juegos, cuentos, conversaciones, dibujos y escritura. Por lo tanto, cuando les ofrecemos un espacio para que su creatividad y recursos simbólicos acontezcan, allí los plasman. He aquí una crucial distinción entre un niño que presenta un deterioro cognitivo y otro que, sólo no ha tenido oportunidades para desplegar su pensamiento y sus capacidades de representación. Éste último puede empezar a efectivizarlas una vez que alguien puede brindarle esas experiencias de encuentro con los sistemas de representación, y la sistematicidad y continuidad de dichos encuentros potencia sus recursos adormecidos para que todos sus saberes acontezcan y con ellos, su devenir como sujeto epistémico y cognoscente, capaz de dar cuenta de todo lo que puede jugar, comunicar, decir, comprender, dibujar, escribir, pensar y aprender…
 
Además, estos niños y niñas suelen vivir diariamente situaciones devastadoras: la pobreza, el hambre, el maltrato, el abuso, la falta de amor, la ausencia de tutores o referentes que estén disponibles para acompañarlos a crecer. Resulta casi imposible pensar que tales acontecimientos no marquen la vida de un niño o una niña; sin embargo, la realidad en la que viven no justifica los equívocos o iatrogénicos diagnósticos que algunos profesionales realicen respecto de ellos. Así como tampoco, disculpa a los docentes que suponen que la pobreza limita la posibilidad de aprender. Sin dudas, no son las condiciones ideales para que un niño pueda crecer, desarrollarse y transitar por el proceso de aprendizaje escolar pero no todo es como deseamos o esperamos. Por lo tanto, es necesario poder hacer algo con ello antes que quedarnos de brazos cruzados.
 
Así, se propone asumir el compromiso ético de atender a una realidad distinta que nos invita a participar con la mirada puesta en lo social, pudiendo romper con representaciones mentales arcaicas que nos impedirían abordarla desde la complejidad y multiplicidad de aspectos que la constituyen. Así, nuestras intervenciones diagnósticas y terapéuticas serán más respetuosas y eficaces, al mismo tiempo que los efectos procurados serán menos iatrogénicos y más saludables respecto del devenir histórico- social de estos niños y niñas.

 

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