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Adquisición temprana del lenguaje de signos y dactilología.(Parte IV)

Para hacer una descripción lingüística de la lengua de signos, es necesario tener presente que su principal característica es ser un lenguaje viso-gestual.
Adquisición de los primeros signos.

En cuanto a la adquisición del lenguaje de signos, se ha demostrado que los sordos atraviesan etapas semejantes a las observadas en la adquisición del lenguaje oral por los oyentes (Padden y Perlmutter, 1987). No obstante, los niños sordos de padres sordos, producen los primeros signos más tempranamente que las primeras palabras producidas por los niños oyentes. Entre las explicaciones dadas a este hecho se pueden señalar: (a) la mayor facilidad de articulación de la lengua de signos, (b) que los signos lingüísticos son en cierta medida continuadores de los gestos prelingüísticos, (c) el carácter icónico de los primeros signos y (d) el desarrollo neuro-muscular del sistema usado para signar sobreviene antes que el desarrollo del sistema usado para hablar (Wilbur, 1979).

Los primeros gestos producidos por todos los niños (sean sordos u oyentes) son deícticos y circunscritos al contexto. La deixis es un aspecto del mensaje lingüístico referido al tiempo, el espacio o las personas. En otras palabras, los primeros gestos de los bebés surgen para señalar o indicar lugares, personas y espacios temporales (por ejemplo: allá, aquí, este, esto, ese). Con el tiempo el uso de los gestos referenciales usados por todos los niños comienzan a ser cada vez más descontextualizados, es decir van más allá del contexto inmediato que determina la situación comunicativa.

En cuanto al desarrollo gestual de los bebés sordos, Petitto y Marentette (1991) han realizado estudios circunscritos a la etapa de balbuceo, en ellos cuestionan que si el balbuceo sucede debido a la maduración de una capacidad del lenguaje y a los mecanismos de articulación responsables de la producción del habla, entonces éste debería ser específico para el habla. Sin embargo, si el balbuceo ocurre debido a la maduración de una capacidad del lenguaje de base neurológica y a una capacidad expresiva capaz de procesar diferentes tipos de señales, entonces debería ocurrir tanto en lenguajes con modalidad hablada como en lenguajes con modalidad signada. Las autoras descubrieron que el balbuceo vocal y el balbuceo manual poseen ciertas características comunes: (1) en ambos tipos de balbuceo los niños usan un grupo restringido de unidades fonéticas, (2) en ambos tipos de balbuceo se presenta organización silábica, y (3) ésta organización se produce sin significado o referente aparente. En dicha investigación también demostraron la existencia de organización silábica en el balbuceo manual, de este modo se descubrió que la estructura nuclear de la sílaba en lenguaje signado se basa en el movimiento de abrir y cerrar la mano. Resulta interesante considerar que la estructura nuclear de la sílaba en el lenguaje oral cumple con el mismo principio, en este caso abrir y cerrar los labios.

En la misma línea de investigación, Masataka (1996) observó que los bebés sordos expuestos a lenguaje de signos, producen muchas más formas de balbuceo manual (combinaciones de movimientos y configuraciones de la mano que exhiben la estructura fonológica del lenguaje de signos formal) que los bebés oyentes. El balbuceo manual ocurre en aproximadamente el 40 % de la actividad manual en los bebés sordos y menos del 10 % de la actividad manual de los bebés oyentes. Petitto (2000) lleva a cabo nuevos estudios en el área y concluye que la etapa de comunicación prelingüística emerge, tanto en niños sordos como en oyentes, entre los 9 y 12 meses y la comunicación gestual poslingüística entre los 12 y 48 meses. En relación con el balbuceo, Petitto (2000) indica que tanto los niños sordos como los oyentes cursan las mismas etapas; entre los 7 y 10 meses se presenta el balbuceo silábico y entre los 10 y los 12 el balbuceo diferenciado. Aclara que el balbuceo en los niños sordos se da a través de actividades motoras diferentes a las rutinas motoras normales del niño.

En general, se ha comprobado que los niños sordos que aprenden el lenguaje de signos de sus padres sordos como primera lengua, manifiestan en la etapa de adquisición de dos signos el mismo conjunto de relaciones semánticas que los niños oyentes en la etapa de adquisición de dos palabras. Las expresiones signadas incrementan de manera semejante a las expresiones habladas de los niños oyentes. También se han observado excesivas generalizaciones de reglas lingüísticas, las cuales posteriormente se van reduciendo hasta realizar las restricciones apropiadas. Los primeros signos se producen alrededor de los 8 meses, a los 13 meses los bebés sordos ya poseen 10 signos diferentes, alrededor de los 20 meses poseen un vocabulario de más de 100 signos (aproximadamente el doble de las expresiones habladas que poseen los niños oyentes a la misma edad) y al menos la mitad de estos primeros signos no tienen significado icónico (Sieldlecki y Bonvillian, 1998). Al igual que en los niños oyentes, las primeras expresiones signadas tienen un significado holofrástico, es decir el niño expresa con un signo una frase o idea completa.

Durante la adquisición inicial de la lengua de signos, los niños no emplean todos los parámetros formativos de un signo en su forma adulta, generalmente realizan el signo articulando correctamente uno o dos parámetros formativos (por ejemplo: ubicación o movimiento) pero con uno de los parámetros articulados de forma incorrecta (generalmente la configuración de la mano). En cuanto a la ubicación, como parámetros formativos de la lengua de signos, Siedlecki y Bonvillian (1993) argumentan que la ubicación del signo puede ser relativamente fácil de adquirir, debido a que tiende a ser una categoría amplia que no requiere distinciones finas en la exactitud de la producción. Para producir el parámetro de ubicación de forma correcta, comúnmente sólo se requieren movimientos motores gruesos. La ubicación normalmente se desarrolla más tempranamente que las habilidades motoras finas requeridas para muchas configuraciones y movimientos de la mano. Al respecto, se ha señalado que la ubicación, como una clase de fonema, puede ser similar a las vocales en el habla, ya que éstas son adquiridas de forma temprana y presentan relativamente pocos problemas en la producción para los niños. Asimismo, en relación a la ubicación se ha indicado que es posible que sea producida de modo más exacto, debido a un papel central en la organización léxica y el recuerdo de los signos (Klima y Bellugi, 1980). Diversas características del desarrollo fonológico inicial de los niños sordos pequeños parecen sugerir que la ubicación es adquirida tempranamente. Esto puede deberse en parte, a que la información respecto del parámetro ubicación juega un papel central en la adquisición de los primeros signos en los niños sordos (Siedlecki y Bonvillian, 1993).

Respecto al movimiento de la mano, como parámetro formativo de la lengua de signos, Bonvillian y Siedlecki (1998) especifican que en general los signos que intentan producir los niños entre 6 y 18 meses, tienden a ser relativamente simples en términos del número y configuraciones de los movimientos involucrados en el signo. De este modo, los signos que requieren un solo movimiento son los más frecuentes, constituyendo el 62% del vocabulario de los niños, los signos que requieren dos movimientos simultáneos conforman el 30% y aquellos que tienen tres movimientos consecutivos no superan el 4% del vocabulario. Los signos que involucran cinco configuraciones diferentes de movimientos simultáneos y secuenciales, constituyen menos del 1% de los signos a los cuales prestan atención los niños sordos pequeños. Sin embargo, se ha observado que los sordos tienden a simplificar aquellos signos que tienen formas más complejas. Igualmente, el 68% de los signos producidos por los niños de entre 6 y 18 meses contienen un sólo movimiento. También se ha comprobado que los movimientos bidireccionales son adquiridos antes que los movimientos unidireccionales, ya que estos últimos parecen requerir mayor control motor. Al respecto, se ha indicado que los movimientos bidireccionales son más parecidos a los comportamientos rítmicos iniciales del niño (como dar patadas o agitar las manos). En cambio, los movimientos unidireccionales exigen mayor coordinación voluntaria.

Acerca de la configuración de la mano como una categoría, se sabe que ésta tiende a ser adquirida más tarde que la ubicación y el movimiento. Esta conclusión se basa principalmente en los trabajos realizados por Siedlecki y Bonvillian (1993, 1997 y 1998). Uno de los argumentos se fundamenta en que los niños producen un mayor número de errores, respecto a la configuración de la mano. Una segunda razón indica que los niños, como grupo, producen una proporción relativamente pequeña de las diferentes configuraciones de la mano que han sido descritas. Finalmente, la configuración de la mano es raramente el primer fonema usado correctamente por los niños cuando forman un signo. Todavía no está totalmente claro por qué la configuración de la mano como clase fonológica, provee más dificultades para los niños. Una posible razón es que no tengan control motor o la madurez inicial para producir alguna de las configuraciones de la mano. Una segunda razón es que la configuración de la mano no sea perceptiva o lingüísticamente sobresaliente para los niños más pequeños, como lo son los aspectos de ubicación y movimiento.

En los estudios sobre la adquisición de los parámetros formativos del lenguaje de signos, descritos por Bonvillian y Siedlecki (1998), se demuestra que el movimiento (con una frecuencia de 66.4%) tiende a ser producido por los niños sordos de modo menos exacto que la ubicación del signo (83.5%), pero más exactamente que la configuración de la mano (49.8%). Por tanto, se podría decir que el primer parámetro formativo del signo que adquieren los niños sordos es la ubicación del signo, seguido por el movimiento de la mano y finalmente aparece la configuración de la mano.

Los procesos morfológicos del lenguaje de signos, que determinan cómo se modifica un signo para expresar significados diferentes por medio de la gramática y la sintaxis, han sido estudiados por Klima y Bellugi (1980) quienes explican que la característica más distintiva de este lenguaje es la utilización lingüística del espacio. Señalan que la vista normal no puede percibir, y menos comprender, la enorme complejidad de sus pautas espaciales. Los investigadores afirman que en todos los niveles de procesamiento del lenguaje se hace un uso lingüístico del espacio, un uso sumamente complejo, ya que mucho de lo que en el habla es lineal, secuencial y temporal en el lenguaje de signos es simultáneo, coincidente e inclusivo. Lo que al principio parece simple, la mímica que ven muchos, es sumamente intrincada (difícil de entender si se carece de práctica) y se cimienta en cuantiosas pautas espaciales encajadas unas en otras tridimensionalmente.


Las investigaciones realizadas por lingüistas y psicólogos del lenguaje, a través de exhaustivos estudios (Bellugi y Fischer, 1972; Padden y Perlmutter, 1987; Liddell y Jonson,1989; Fischer y Siple, 1991; Petitto, 2000 entre muchos otros), han conducido a concluir que el lenguaje de signos tiene una estructura formal parecida a las lenguas habladas, con los mismos niveles de análisis lingüísticos, como por ejemplo: un nivel fonológico en el que los signos se descomponen en un número limitado de subunidades, un nivel morfosintáctico que permite indicar pasado, presente y futuro, etc. Concluyendo que los niños sordos que aprenden lenguaje de signos desde su edad más temprana, pasan por las mismas etapas que los niños oyentes que aprenden un lenguaje hablado.

Para hacer una descripción lingüística de la lengua de signos, es necesario tener presente que su principal característica es ser un lenguaje viso-gestual. En consecuencia, se emplea el espacio, el movimiento y las expresiones faciales para codificar gran parte de la información lingüística. Como hemos descrito, las unidades básicas de las lenguas de signos son los parámetros formativos, que son unidades significantes con valor distintivo que se combinan de manera simultánea en el espacio para constituir el signo visual. En la mayoría de las lenguas de signos estos parámetros formativos son: la forma o configuración que adopta la mano o manos al realizar el signo (Queirema), el lugar en que se realiza el signo (Toponema), el movimiento que realiza la mano (kinema), la orientación de la palma de la mano (Queirotropema) y la expresión facial o corporal (Prosoponema) que lo acompaña (Rodríguiez, 1992). Por tanto, todo signo tiene una localización en el espacio, una configuración determinada de la mano, un movimiento específico, una orientación de la palma de la mano y unos componentes no manuales concretos (ver figura 5). De este modo, la combinación de signos forma oraciones y basta con que un solo parámetro sea diferente para dar lugar a significados distintos.


Figura 5. Configuración del signo hombre, en lenguaje de signos español (Modificado de Lou Royo y López Urquizar, 1999, página 127).

Signo Parámetros Formativos


Hombre Configuración Orientación Movimiento Lugar
(Queirema) (Queirotropema) (kinema) (Toponema)

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