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La prevalencia de la disfagia en el adulto mayor se ve notablemente incrementada por su relación con patologías que aumentan su incidencia en este periodo de la vida, como la EP o la EA; así como por los cambios fisiológicos propios de la edad, que sin ser patológicos se producen como consecuencia del envejecimiento de las estructuras implicadas en el acto deglutorio (Barroso, 2009; Cámpora y Falduti, 2015; Rosales-Zábal y Pérez-Aisa, 2012).
Discusión
En este estudio se ha pretendido estimar la prevalencia de la disfagia en la población de un centro geriátrico, y se han obtenido resultados significativos sobre la muestra seleccionada.
El síntoma conocido como “disfagia” es uno de los menos conocidos y diagnosticados en la población mayor a pesar de su elevada prevalencia y el impacto que tiene sobre la capacidad funcional, la salud, y la calidad de vida de estas personas (Clavé et al., 2005). En este sentido son escasos los estudios realizados en el ámbito clínico que, además, ofrecen una gran variabilidad en los datos recogidos; estimándose una incidencia que oscila del 7% al 22% en adultos mayores (65 años y más), y una prevalencia del 40% al 50% en mayores institucionalizados (Easterling y Robbins, 2008).
Según el estudio de Torres et al. (2011), en el que se realizó una encuesta para conocer la prevalencia de la disfagia en 1.777 adultos mayores de las residencias geriátricas de la ciudad de Barcelona, el 5,4% de los residentes presentaba disfagia. En este estudio la edad fue similar al nuestro, siendo más de la mitad de los pacientes (52,08%) mayores de 85 años vs 88,4 años (DE ± 6,1), y la prevalencia de la demencia muy elevada (53,12%) siendo las respuestas del cuestionario contestadas en el 90,62% de los casos por el cuidador. En nuestra investigación, podemos observar que el 30,1% de los pacientes que conforman la muestra, obtienen una puntuación positiva en el test de cribado de disfagia EAT-10, siendo esto indicativo de un posible diagnóstico de disfagia en el futuro. La diferencia de resultados podría explicarse por la variabilidad que podrían mostrar las respuestas de los cuidadores frente a la utilización de un test estandarizado, con fiabilidad y validez demostradas, como es el EAT-10 (Burgos et al., 2011; Fernández-Rosati et al., 2018).
Según el estudio de De la Huerga et al. (2015), en el que se utilizó el EAT-10 para obtener la prevalencia de la disfagia en 161 pacientes que acuden a las consultas de enfermería en un centro de salud en Madrid, se estimó una prevalencia de la disfagia del 20,5%. Este valor se aproxima más a los datos de prevalencia obtenidos en nuestra investigación (30,1%); no obstante, debemos tener en cuenta que la edad media de los pacientes fue de 77,1 años (DE ± 12), significativamente inferior a la recogida en nuestro estudio (88,4 ± 6,1). Teniendo en cuenta la edad y el régimen ambulatorio en el que se llevó a cabo el estudio, la diferencia en los porcentajes de prevalencia podría apoyarse en que el riesgo de disfagia aumenta con la edad, pudiendo llegar a alcanzar una prevalencia del 75% en adultos mayores que residen en unidades de larga estancia (Patino-Hernandez et al., 2016).
En la Comunidad Valenciana, Botella et al. (2000), llevaron a cabo un estudio a partir de la aplicación de una encuesta a los responsables de las residencias de la «Guía de recursos sociosanitarios» con un total de 7.057 residentes, y se estimó una prevalencia de disfagia del 3,6% en este entorno asistencial. Estas cifras distan mucho de las obtenidas en nuestro estudio (30,1%). Sin embargo, son próximas a las rescatadas por Torres et al., (2011) (5,4%). En ambos estudios se utilizan cuestionarios no estandarizados y se registran las respuestas de una segunda persona, en lugar de recoger la palabra del paciente, obteniéndose un porcentaje menor al estimado según la aplicación del EAT-10, que ha sido la herramienta de elección en nuestro estudio y en el de De la Huerga et al. (2015). La variabilidad de los porcentajes obtenidos podría justificarse por la subjetividad añadida que supone incluir a una tercera persona en la evaluación.
La prevalencia de la disfagia en el adulto mayor se ve notablemente incrementada por su relación con patologías que aumentan su incidencia en este periodo de la vida, como la EP o la EA; así como por los cambios fisiológicos propios de la edad, que sin ser patológicos se producen como consecuencia del envejecimiento de las estructuras implicadas en el acto deglutorio (Barroso, 2009; Cámpora y Falduti, 2015; Rosales-Zábal y Pérez-Aisa, 2012).
Se trata de pacientes que contra todo pronóstico y a pesar de su avanzada edad no presentan datos de comorbilidad significativos, encontrando solo en el 4,5% de los casos (1 paciente) el diagnóstico de EP, siendo el mismo paciente que refiere en su historia clínica un diagnóstico previo de disfagia. Este dato apoya los estudios recogidos sobre comorbilidad entre la EP y el síntoma de disfagia, siendo una de las patologías que más frecuentemente reúne el síntoma dentro de sus manifestaciones (52-82%) (Barroso, 2009). El nivel de deterioro cognitivo que se pone de manifiesto en el 9,1% de los casos (2 pacientes) y es calificado como “leve”, revela una prevalencia menor que la recogida por estudios publicados sobre la incidencia del DCL en mayores institucionalizados (27%) (Vallejo y Rodríguez, 2010).
Conclusiones
Con el estudio se puede concluir que, tras el análisis de los resultados y su posterior discusión, se obtiene una prevalencia de la disfagia en la media de los datos recogidos por otros estudios, pero significativamente superior a otros trabajos relacionados. Esta diferencia queda justificada, en la mayoría de los casos, por la herramienta de evaluación utilizada, en nuestro caso el EAT-10. En este contexto se destaca la responsabilidad que tenemos los profesionales de emplear herramientas de cribaje estandarizadas, con fiabilidad y validez demostradas, así como la necesidad de unificar criterios cuando la investigación sea llevada a cabo por más de un profesional; es solo así cuando se obtendrán resultados fidedignos y con la mínima variación. Esto ayudará a equilibrar la variabilidad reflejada en los datos disponibles actualmente, creando una visión de la importancia del síntoma de disfagia más cercana a la realidad y desarrollando la tarea preventiva en el contexto de las residencias geriátricas.
Importantes razones justifican la necesidad de detectar la disfagia precozmente. La vejez es un periodo caracterizado por el deterioro general y progresivo del organismo, durante el cual aumenta la incidencia de diagnósticos como el de la EP o las demencias tipo EA, entre otros. Independientemente de presentar antecedentes patológicos, los adultos mayores refieren en ocasiones alteraciones de la deglución como resultado de un deterioro que compromete el proceso deglutorio a nivel estructural y funcional. Tomando este argumento, y teniendo en cuenta que la muestra de estudio es el reflejo de la población mayor española, resulta adecuado indicar que en el ámbito de los centro geriátricos no debemos esperar a que el paciente presente signos específicos de alteraciones de la deglución, sino hacer uso de herramientas y procedimientos específicos que favorezcan la identificación precoz de esos signos, evitando así la proliferación de complicaciones que comprometan la salud de nuestros mayores. Por otro lado, desenmascarar precozmente las alteraciones de la deglución ofrece la posibilidad de llevar a cabo una intervención adaptada por parte de un equipo multidisciplinar del que indiscutiblemente debe formar parte el logopeda.
El logopeda debería ser en estos centros el profesional de referencia en cuanto a la evaluación de la disfagia, así como el encargado de diseñar la intervención adaptada a las necesidades de cada paciente mediante la aplicación de recursos como las estrategias posturales, maniobras facilitadoras, modificación de la consistencia, volumen y velocidad de presentación del alimento, así como la aplicación de técnicas de incremento sensorial (Cámpora y Falduti, 2015). El logopeda debe colaborar con el resto de los profesionales para que la intervención actúe sobre el paciente en su globalidad, consiguiendo así una intervención completa y orientada al éxito (Murciego y García, 2019). De acuerdo con esto, no debemos olvidar el papel que juegan las familias que, sin ser profesionales, han de ser partícipes del proceso. Lo ideal sería informar a las familias del problema que presenta el paciente, de las complicaciones asociadas al mismo y de la labor que desempeña el logopeda en la tarea de evaluación, valoración e intervención, siendo también este la figura que les proporcione las pautas que necesitan para saber cómo ayudar a su familiar. Concienciar a las familias supondría aumentar la demanda que estas hicieran de incluir la figura del logopeda en las residencias geriátricas, sensibilizando con ello a los equipos directivos de estos centros y ampliando el campo de actuación de nuestra profesión.
Consideramos por tanto que la ausente figura del logopeda en estos centros contribuye al escaso diagnóstico de la disfagia, dando lugar a incongruencias como las mostradas en este estudio en el que de los 22 pacientes que obtuvieron resultados positivos en el EAT-10, un 63,6% seguían llevando una dieta normal. Son datos alarmantes teniendo en cuenta las complicaciones asociadas a la disfagia, y sobre los que resultaría interesante realizar una valoración para conocer el estado nutricional de los ancianos, mediante la aplicación de instrumentos como el Mini Nutritional Assessment (MNA) (Tarazona et al., 2009).
Finalmente, en lo referido al EAT-10, cabe destacar que pese a ser un instrumento de cribaje estandarizado, algunas de sus preguntas como por ejemplo “Mi problema para tragar interfiere con mi capacidad para comer fuera de casa” han resultado revelar poca información en este contexto, al tratarse en la mayoría de los casos de pacientes institucionalizados muy limitados funcionalmente. Esto nos hace comprender la importancia de crear instrumentos de cribaje que se ajusten a las circunstancias reales que viven los pacientes en estos centros.
Todas las conclusiones sacadas tras este estudio ponen de manifiesto la necesidad de seguir investigando a cerca de la prevalencia de la disfagia en las residencias geriátricas, consiguiendo con ello la incorporación de los logopedas en los equipos multidisciplinares que desarrollan su labor en estos centros y proporcionando, tanto al paciente como a las familias, una detección precoz que evite la aparición de afecciones más graves; de esta manera, conseguiremos mejorar la salud y la calidad de vida de un grupo de población aún desconocido, y cada vez más numeroso en nuestro país.
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