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Desaparecí tu boca

La autorregulación es un elemento de la comunicación efectiva y consiste en tener consciencia de nuestro interlocutor para la selección de palabras, gestos, tono y modos apropiados. Pero en muchas ocasiones uno no se autorregula con los niños, pues suponemos que todas las intervenciones del habla con ellos están justificadas, sin embargo, así como es una agresión no hablarle al niño, resulta igual de agresivo hablarle sin medida alguna.

 

Había sido un día complicado por ser fin de vacaciones y el ingenuo deseo de que fuera relajado se contrapuso con la realidad, de que no podía serlo, por la preparación de las cosas que implica el regreso a la rutina. Pasamos de dispuestos y motivados, a acalorados y desesperados, después  a  reactivos  y  enojados,  finalmente  todos nos  reconciliamos y  disfrutamos  de la  rica comida en familia planeada para el día.

Por la noche, nuestra pequeña de tres años apareció diciendo que no quería estar en su cama, no es usual, así que la invitamos a nuestra habitación. Nuevamente apareció en la puerta y dijo que no podía estar tampoco en nuestra cama, lo cual es menos usual; así que la invitamos a cenar con nosotros, en el entendido que las tensiones del día estaban haciendo estragos en su conciliación del sueño. Durante la cena se mostró contenta y  pensé que la tensión se había disuelto y dormiría sin mayor sobresalto.

Fuimos a la cama, pero ella seguía aún inquieta, entonces traté de conversar. Como sucede con los  niños,  que  a  través  del  juego  es  como procesan muchos de sus conflictos, mi hija me propuso jugar a la varita mágica, diciendo:  -te voy  hacer  una  magia,  te voy  a  desaparecer  la boca   y   ya   no   puedes   hablas   ¡sale!-,   -bien- contesté y de inmediato interpeló: -no, no, no; no puedes hablar- y juntaba sus labios fuertemente  para  poner  el  ejemplo  de  cómo debía  desaparecer  mi  boca.  Pasaron  algunos minutos para que yo de verdad pudiera hacer lo que me estaba indicando: no hablar, y fue entonces -cuando sentí la fuerza de sus manitas empujando mi barbilla- que entendí que debía guardar total silencio.

Las mamás, somos el “explicaciometro” del mundo para los niños, nuestro afán en mayor o menor medida es explicarles cómo funciona el mundo y qué se debe hacer y cómo, en casi todas las cosas de la vida: comer, dormir, convivir, etc. Así que me puse a pensar en cómo y cuánto, le hablo a mi hija durante el día, como para que en su juego –aunque sea- quiera desaparecer mi boca. Recapitulé en mi memoria los momentos del día que se muestra irritada por “mi hablarle constante”, cuando come por ejemplo, y yo estoy haciendo otra cosa, reiteradas veces le pregunto cómo va o si ya terminó, todo para asegurarme que no deje de comer. –No me digas muchas veces mamá- me dice; pero yo en mi afán, paso por alto su solicitud. Sin embargo, esa noche me di cuenta que lo mismo hago en otros momentos, además del sin fin de veces que la mando por cosas  o  le  indico  como  debe  comportarse:  saluda  a  tu  abuela,  siéntate  bien,  no  te  vayas  a manchar, ten cuidado con tu hermano, come bien, apúrate, etc. Me sentí abrumada de sólo pensarlo y entendí porque ella quería desaparecer mi boca.

La auto-regulación es un elemento de la comunicación efectiva, o una cualidad del buen conversador, y consiste en tener consciencia de las características de nuestro interlocutor para la selección no sólo de palabras que pueda entender, sino de gestos, tonos y modos apropiados. No abordamos  a  un  desconocido  como  a  un  conocido,  incluso  ofrecemos  disculpas  ante  la interrupción, usando expresiones como: -disculpe, ¿podría por favor darme su hora?-, mientras que en casa sólo nos dirigimos con un – ¿qué hora es?-. Sin embargo, por lo menos en mi caso, me di cuenta que con los niños uno no se “autorregula”  suponiendo que todas las intervenciones del habla con ellos están justificadas. Ya me di cuenta que no. Así como es una agresión no hablarle al niño, o ser indiferente a sus palabras, también resulta igual de agresivo hablarle y hablarle y hablarle sin medida alguna.

El reto es identificar aquellas intervenciones que por muy molestas y reiterativas, son necesarias al buen desarrollo del niño, saber cuáles intervenciones tienen propósitos diferentes y hasta contrarios. Por ejemplo, preguntarle 10 veces si ya va a terminar de comer sólo porque yo no puedo quedarme en la mesa a observar y guiar su toma de alimentos, es un recurso invasivo que me satisface a mí pero que abruma a la niña, así que lo que procede es hacer la toma de alimentos con ella para dirigirla y una vez que domine las acciones, dejarla y confiar en que realizará la tarea lo mejor posible, de acuerdo con sus capacidades. Sin embargo, tengo claro que no cerraré mi boca y daré rienda suelta a mi voz, al insistir  en  cuestiones  que  considero  medulares,

como por ejemplo: que salude o se despida, o diga gracias y por favor o conserve la calma, etc. También pensé en aplicar esta misma magia de “desaparecer mi boca”, con mi esposo a quien a veces, muy seguido –sospecho-, saturo, aunque no me lo dice.

Por otra parte, el silencio debe estar más presente para que uno pueda escucharse a sí mismo (comunicación intrapersonal), e identificar sus excesos. Por tal, auto-regular mi habla o “desaparecer mi boca” pertinentemente será lo mejor, antes de tener que llegar a medidas extremas como los votos de silencio, o que ellos piensen en desaparecer sus oídos.

Algunos consejos para hablarle a los niños, respecto a las características de la comunicación efectiva:

1º. Haz contacto con la mirada del niño antes de darle una indicación o encomienda. Una vez dada la indicación pídele que te explique qué es lo que va a hacer para asegurarte que entendió y no te molestes si es necesario que se lo repitas, incluso con más calma. Los niños trabajan con su memoria de corto plazo la mayor parte de tiempo, por lo que sus preguntas son las mismas por varios días, pero no tienen la intensión de molestar.

2º. Desplázate a su altura y trata de mantener el contacto visual si la interacción es explicativa o reflexiva. Habla claro y pausado, con palabras sencillas y un tono de voz adecuado, no regañes sonriendo, no te rías de él si está sufriendo –aunque lo que le pase te parezca una simpleza o te cause gracia-, sé tan sensible como firme si es una llamada de atención.

3º. Ponte el límite de sólo intervenir abruptamente (gritar) cuando la situación lo amerite: cuando el niño corra peligro o requieras alertarlo de algo. Ten presente que él o ella, se dirigirán a los demás como en casa se dirigen a ellos.

4º. Todos los padres sentimos una urgencia inconsciente porque nuestros niños avancen a la independencia de sus actividades básicas como comer, dormir, asearse, etc. Hoy día lo rápido que crecen, desdibuja los periodos óptimos para el logro de dichos avances, reconocer los tiempos para cada niño es el reto, sin embargo observar que se sienta cómodo y dispuesto a realizar solo la actividad así como tener la capacidad motriz de hacerla, te permitirá identificar si está listo para hacer tal o cual cosa sin ayuda. Ser consciente de lo anterior evitará que grites y te desesperes con el menor, y evitará que él procese invariablemente tu regaño como su fracaso.

5º. Escucha, escucha, escucha. Pon oídos a sus conversaciones en juegos, pregúntale como se siente respecto a tal o cual situación, te sorprenderá lo bien que puede explicarse aún con los recursos limitados del habla a su edad.

Finalmente,  debemos  entender  que  todo  proceso  de  convivencia  y  educación  requiere tiempo, y que nada puede acortar los procesos de desarrollo sin consecuencias. El reto está en decidir invertir tiempo en observar, para después hablar y entonces comunicar. No sólo hablar y hablar y hablar…

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