Karla Salgado de la Teja | 1/11/2019

Conforme los individuos se desarrollan, la cognición social se vuelve determinante para regular su conducta, por lo que desde la niñez se debe aprender a manejar las reglas y costumbres sociales, pues trabajamos por los bienes y las recompensas de nuestra cultura.

El lenguaje juega un papel fundamental en el desarrollo social de los humanos, ya que es el medio que tienen los niños para saber quiénes son y cómo se deben relacionar con los demás. Van descubriendo que se habla por turnos, y realizan pausas frecuentes para ver si el interlocutor escucha y entiende. Repiten, se corrigen y formulan preguntas para ajustar la conversación. Pero no solo aprenden significados y sintaxis; también la pragmática o función social del lenguaje.

La experiencia de los infantes con el mundo social de los adultos es reducida y fragmentaria, debido a que hay muchos lugares y cosas a los que el niño no tiene acceso y por lo tanto no participa directamente en actividades de la vida social adulta; sin embargo, antes de que se le expliquen los fenómenos sociales ya tiene información acerca de ellos. La representación del mundo social no es lineal y simple; el niño aprende de la regularidad o de la sucesión de acontecimientos que tienen elementos en común o que se repiten de una forma semejante.

Podemos decir que el desarrollo social implica aprender a comportarse de acuerdo al entorno al que se pertenece y asumir el rol que corresponde de acuerdo al medio social, donde cada grupo tiene sus propios patrones. Pero, en muchas ocasiones, los niños aprenden algunos comportamientos para ser agradables y aceptados por los demás; o bien, se crean una serie de tensiones que lo alejan. Nuestro comportamiento se rige, muchas veces, por la Ley del Efecto, pues controlamos la conducta de los demás recompensándolos con aprobación y gratitud o castigamos con indiferencia, resentimiento o insultos. Para crecer y desarrollarnos es necesario el afecto y el amor, tanto como el aire que respiramos, a través de nuestra vida tendemos a buscar este tipo de estimulación afectiva; para lograrlo, permanecemos en nuestro grupo familiar de origen, o bien, nos relacionamos con personas que nos proveen afecto.

Las experiencias y el aprendizaje social de los primeros años de vida determinarán las actitudes sociales que se presentarán de adultos; en este proceso es necesario brindarle al niño la oportunidad de convivir con otros. La comprensión del lenguaje será fundamental aunque este lenguaje no sea puramente verbal, pues los aprendizajes culturales se dan en contacto con otros niños, representando roles donde se sientan importantes y únicos para que puedan desarrollar destrezas propias de su edad y demostrarse a sí mismos sus posibilidades de interactuar y obtener reconocimiento de los demás.

Aproximadamente a los dos años el niño comprende mejor el mundo, y tiene un papel social más activo. Intenta satisfacer su curiosidad y gracias a sus progresos en el desplazamiento puede explorar su entorno; utiliza el lenguaje, aunque aún sea rudimentario para comunicarse voluntariamente. En esta etapa la socialización por parte de los mayores se enfatiza en la inhibición de conductas indeseables. Para Erikson es en este período del desarrollo social del infante que surge el sentimiento de autonomía, de confianza en sí mismo y de competición.

A medida que la coordinación motora, el lenguaje y su facilidad conceptual han avanzado la  personalidad se va diferenciando, por tanto los procesos sociales también. La capacidad cognitiva va volviéndose más compleja y diferenciada y la imagen de sí mismo cada vez es más clara y la autoestima se va fortaleciendo.

Dentro de la escuela, la creatividad del maestro juega un papel muy importante en el desarrollo del niño, principalmente en el desarrollo social. Si el maestro es innovador en los procesos escolares y elabora metodologías diferentes donde los niños sean buscadores del conocimiento y se les permita ser ellos mismos, propiciará que tengan respuestas sociales de seguridad y compromiso y logrará que tengan respeto hacia los demás, aspecto que se logra por el mismo carácter explorador que tiene la conquista de su conocimiento. (García Franco C., Valencia Ceballos A. Rondas y Juegos)

El juego es una buena forma de lograr la socialización, pues ofrece la oportunidad de estar con otros niños, de una forma organizada y satisfactoria, lo que les permite conocerse a sí mismos a través de intercambios con los demás y explorar sus habilidades, y a la vez es una actividad gratificante. A nivel individual, las rondas contribuyen a que las personas que la practican se vuelvan a encontrar consigo mismas, a reconocer su valor, y por tanto al crecimiento y fortalecimiento de su yo interno, permitiendo una mayor seguridad personal, así como la desinhibición, el desarrollo de la creatividad, la autodeterminación y la aceptación del otro como integrante de un todo. A través de la ronda se va creando una conciencia social a partir de la individualidad y la responsabilidad sobre el trabajo colectivo.

Referencias

Referencias

Delval J. (1998). El desarrollo humano. Siglo XXI Editores.

Fodor E., Morán M. Todo un mundo de sonrisas. Editorial Pirámide. Segunda edición.

García Franco C.I., Valencia Ceballos A.R. (2005). Rondas y juegos. Alternativas de desarrollo social para los niños. Editorial Trillas.

Ortiz Salinas M. E., Bachá Méndez G. Acción y valor en la sociedad humana. UNAM

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