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Algunos silencios logran lo que muy pocas palabras alcanzan: un enredo significativo donde los sentidos andan como fantasmas, donde la cadena significante se recorta y se eslabona por la suya, un disparatado cruce de flechas que indican lugares impensados.
Esos silencios andan por ahí, metidos en lo cotidiano de la vida y lo que es todavía más inquietante, en lo cotidiano del trabajo clínico - casi siempre sacándonos la lengua .
¿ Qué significan ?
¿ Son manifestaciones del Silencio, pequeñas porciones de un todo ?
¿ Se los puede individualizar y hablar de sus peculiaridades ?
¿ Algo o alguien habla en ellos ?
"Federico no puede hablar..." dijo la madre.
Y se trataba de un niño de cinco años con Síndrome de Down, que tenía enormes dificultades para hablar, para producir fonemas, y articularlos, y apropiarse de ellos. Un niño generoso en el mostrar de su elocución para todos aquellos que se propusieran encontrar: sustituciones, perseveraciones, anomias, alteraciones en la acentuación de las palabras, agramatismos, pobreza en la adquisición del sistema fonológico, dificultades en el armado de lo sintáctico, etc. Todo esto acompañado por una relativamente buena comprensión.
Sintetizando: Federico pasó a ser considerado como un Síndrome. de Down, con una patología específica del lenguaje que afectaba principalmente a su elocución.
Insisto con el texto: "Federico no puede hablar..." y rápidamente, uno podía literalizarse con este enunciado; atendiendo especialmente a un conjunto de observaciones clínicas objetivas, ponderables, cuantificables y numerables. Pero, la dirección del "...no puede hablar..." era otra. Era, sin más, una prohibición.
La familia de Federico vivía una situación - podríamos decir - de clandestinidad, de necesario ocultamiento, de silenciamiento de situaciones de las que si se llegaba a hablar, hubieran expuesto a la familia a los peligros de la desintegración.
En el trabajo con Federico esto se mostraba en un pesado silencio que teñía grandes tiempos de las sesiones, y era un silencio básico, casi continuo, una pared, una retención, un silencio más allá de las palabras que pudieran decirse, un silencio-clausura. Y en este silenciar al que era lanzado Federico (más allá de sus dificultades específicas del lenguaje) estaba, paradójicamente, la posibilidad de la entrada, la porción más débil del anillo que lo retenía, la brecha donde curiosamente tenía sentido operar.
También podríamos hablar de Alicia, una niña de cuatro años con problemas de lenguaje muy similares a los de Federico, con una caracterización clínica en términos lingüísticos casi idéntica. Alicia - única hija - vivió en un mundo de muy pocas palabras. A tal extremo que en una entrevista inicial, el padre dijo que normalmente él no decía más de diez o veinte palabras en el transcurso de todo el día. La madre no era mucho más elocuente, y Alicia apenas sabía sonreír.
En esas entrevistas con los padres, se escuchaban unas pocas palabras cada quince minutos de silencios, y en las sesiones con Alicia, las palabras eran aún menos.
El silencio entonces era la presencia más contundente. Pero en este caso, en vez de ser un límite, una exclusión, una prohibición de decir, era simplemente privación, pobreza, hueco donde sólo se podía palpar aridez. ¿ Para quién hablar ?
He planteado con bastante arbitrariedad dos recortes clínicos, intentando ensayar una reflexión sobre algunos aspectos del silencio, de su presencia e incidencia en nuestro trabajo.
Referencias
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Saussure, F. Curso de lingüística general. Ed. Losada. 1945.
* Nota: Quisiera hacer mención al enorme estímulo que me ha dado para pensar en este artículo a la Fga. Cleybe H. Vieira y a la Lic. Elsa Coriat por la enorme y pedagógica atención que siempre me dispensa.