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Las escuelas de sordos entre la espada y la pared. (Parte VI)

Los intérpretes no deben actuar, en el caso de los niños sordos en el aula escolar, como repetidores fidedignos del discurso del maestro ni como diccionarios vivientes, ya sea en un aula mixta como en un aula a la que sólo asistan niños sordos.

La escuela de sordos, gozando de plena autonomía, no puede tener un currículo igual al de la escuela regular, al menos en las actuales circunstancias históricas, porque se deben tomar en cuenta las dificultades que confrontan maestros e intérpretes con el uso de la lengua de señas (las más visibles lexicales, pero también y fundamentalmente morfosintácticas y pragmáticas) tanto como las que se derivan de las limitaciones lingüísticas y cognitivas de los alumnos sordos, debidas a la educación que han venido recibiendo. Pero en todo caso y más allá de estas dificultades, una preocupación central de los planificadores en esta área debería ser la de no degradar ni banalizar el contenido programático de la enseñanza básica.
 
Esta labor se torna aún más difícil si consideramos el papel de la lengua escrita en el currículo escolar. No se puede plantear la enseñanza de la lengua escrita con la misma tenacidad y el mismo encarnizamiento con que se pretendía enseñar a hablar a los niños sordos en el modelo oralista (ver al respecto el artículo “Qué leen los sordos” en la página Cultura Sorda, ya citada). La lengua escrita debe dejar de ser un objetivo académico, para ser presentada como una práctica social, desde la más temprana edad. Igualmente, la lengua escrita no debería ser utilizada como vehículo para el aprendizaje. Los sordos, como diría Frank Smith refiriéndose a todos los niños, deben tener oportunidades verdaderas de leer para aprender a leer (sin ninguna didáctica, sólo guiados por un interés intrínseco) y no la obligación escolar de leer para aprender cosas. Esto último perjudica el acceso al mundo de lo escrito y genera rechazo a la práctica social de la lectura.
 
Si definimos la lectura como una práctica social – muy peculiar, muy específica, única, es cierto, pero práctica social al fin – debemos convenir que no admite ser enseñada, sino que debe ser adquirida en el seno de la misma práctica. Por lo tanto, no importa tanto el escenario sino los actores, no importa tanto el dónde y cuando, sino el cómo y el qué. La pantalla de la computadora será de gran utilidad para acceder al dominio de la lengua escrita, como lo ha sido y lo sigue siendo la pantalla del televisor para la alfabetización. Pero seguimos en el punto de partida: sólo excepcionalmente podríamos contar con adultos competentes en ambas lenguas: la lengua de señas y la lengua escrita. Mientras tanto…
 
Es imperioso incorporar hablantes competentes de lengua de señas al ámbito escolar, no como maestros, sino como promotores de esta lengua. Entre los supuestos hablantes competentes de lengua de señas están los intérpretes quienes, independientemente de la institución escolar, juegan un papel relevante en la comunidad de sordos y en las relaciones entre ésta y la comunidad de los oyentes. Muchos de ellos han asumido su compromiso no sólo como profesionales sino como hijos oyentes de padres sordos. Los intérpretes están siendo cada vez más exigentes con ellos mismos en cuanto a capacitación y desempeño, sus organizaciones fijan criterios de calidad para su trabajo y someten a sus miembros a determinadas evaluaciones funcionales (ver al respecto varios artículos de Viviana Burad en la página Cultura Sorda, ya citada). En estas condiciones, es de esperar que, si no todos, muchos de los que se dicen intérpretes verdaderamente dominen la lengua de señas. En tal caso, no es admisible que permanezcan excluidos de la labor educativa.
 
Una y otra vez, es necesario insistir: los niños sordos - y  tanto más cuanto más pequeños - necesitan la lengua como el oxígeno. Una lengua natural hablada de manera fluida y espontánea en su entorno. Y aquí tampoco tiene nada que hacer la didáctica. Una intérprete joven que sea también madre, normalmente activa e inteligente, que sea capaz de jugar con el niño sordo con el lenguaje (en lengua de señas) como lo hace una madre oyente con su hijo oyente (en lengua oral). Una intérprete ya abuela, que actúe como tal con un niño sordo, narrándole cosas del pasado con esa emoción y ese afecto que sólo es posible en una lengua nativa. Cosas que lleguen al corazón y al entendimiento… Que les lean cuentos en lengua de señas, pero por favor, no señalando cada imagen para que el niño haga la seña o escriba, ni las letras para que las memorice. Cada designación de una figura debe ir acompañada de un relato coherente. Esa relación entre el adulto lector y el niño aprendiz que normalmente se establece en un entorno de lectura se caracteriza por ser dialógica, narrativa y ficcional. Y lo mismo vale para los intérpretes varones, cada uno en su rol de género, como gustan decir ahora.
 
Y ambos, mujeres y hombres, en capacidad y disposición para jugar hablando lengua de señas a todos los juegos posibles, a todos los juegos que juegan los niños oyentes en el patio o en el jardín, sobre todo cuando no hay adultos presentes. Los niños sordos no necesitan de un intérprete que traduzca, sino un intérprete que les explique, que les aclare, que les abra la puerta al conocimiento de la realidad del lenguaje por medio de la lengua de señas, única posibilidad que tienen, dado que les está vedada la lengua oral.
 
Los intérpretes no deben actuar, en el caso de los niños sordos en el aula escolar, como repetidores fidedignos del discurso del maestro ni como diccionarios vivientes, ya sea en un aula mixta como en un aula a la que sólo asistan niños sordos. Este intento está condenado irremediablemente al fracaso. Primero y principal, porque no se trata de una interacción bidireccional, sino un eco, manual en este caso, de la voz de otro. Ningún niño soportaría estar tanto tiempo “enganchado” con un interlocutor que no es tal, al que no pueden interrumpir so pena de que éste pierda el hilo locutorio, alguien que no puede responder por sí mismo, limitándose a trasladar la pregunta... Y segundo, porque la información que brinda el intérprete es de “segunda mano” y no es apta para el aprendizaje en las edades en que se encuentran los niños sordos.
 
Este es el papel que les toca a los intérpretes y a todos los hablantes de lengua de señas que deberán participar activamente en la jornada escolar. Afortunadamente no son maestros, con lo que están - o deberían estar - exentos de toda presión pedagógica, y tendrían que estar no sólo en el aula, sino y principalmente en el recreo, los fines de semana, en las vacaciones y hasta en los hogares cuando se trata, como en la inmensa mayoría de los casos, de niños sordos hijos de padres oyentes. Si la lengua de señas es como el oxígeno que le da vida al lenguaje, las escuelas de sordos no deberían cerrar en vacaciones, ni siquiera los fines de semana. En todas las edades, los promotores de la lengua de señas deberían ser asesores de toda la vida de los sordos, hasta que éstos se emancipen, rompan con las cadenas del colonialismo oyente, echen por la borda sus propios prejuicios y tengan la oportunidad de ver más allá de sus manos.

 

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