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Un grupo de reflexión para los ortofonistas en Francia. (parte II)

Sarah Tessarech | 15/11/2007
Un ejemplo concreto: Una de las participantes, Laura, nos habla de un chiquito (lo llamamos M.) de 3 años que llega con un diagnóstico de autismo y unos padres asustadísimos, porque “no articula bien”.
M. ya vivió muchos cambios de casas, de países y de idiomas. Se presenta como un chico inteligente, pero que retiene sus emociones de una manera muy fuerte (“parecía llorar hacia adentro” dice Laura).
Conoce palabras en su idioma maternal, que no es francés, pero las dice solamente “ante la solicitud” de los padres, es decir después de preguntas tipo “¿qué color es?” “¿cómo te llamas?”, etc.
De manera espontanea no se comunica con las palabras, sino con la mirada y un poco con los gestos. Después de una descripción más detallada, Marie Cossart y yo (que conocemos bien los chicos autistas) llegamos a la conclusión, que el cuadro no es tan dramático, porque vemos muchas conductas de comunicación en esa primera cita.

Intervención:
•hacer preguntas muy precisas, que permiten a la logopeda, de no ver más ese chico a través de la palabra “autismo” sino lo que puede hacer y lo que le interesa;
•ver de qué manera cada signo de comunicación podía servir de base para el trabajo;
•trabajar sobre el tema de la separación con los padres y pensar si podían estar presentes en la sesión, por lo menos al principio, para tranquilizar M.;
•no descartar el trabajar en el idioma maternal (que habla un poco Laura) para empezar;
•desarrollar todos los juegos posibles de esa edad, que no tenían ningún lugar en la vida de ese chico, que más bien era como un especie de “robot” que decía palabras;
•verbalizar las emociones lo más posible durante la sesión y con los padres;
•insistir en todo lo que es simbólico y también juegos de turnos, para que no se encierre;
•no esperar nada al principio, solamente proponer y estar muy atenta a lo poco que M. expresa, para poder contestarle, que sea de un modo verbal, gestual o emocional.

Ahora, hace más de un año que Laura trabaja con M. y no tiene ningún rasgo más de autismo. Se estructura sobre un modo muy obsesivo, pero juega, habla (en francés), pregunta, pide, tiene amigos en la escuela, es decir entro en la comunicación.
Los padres siguen hablando de problemas de articulación, pero tienen mucha confianza en ese trabajo que hace Laura y pudieron adaptarse un poco más a su hijo y sus particularidades.
En el grupo, Laura evoca a M. cada tanto, para preguntar algo o para contar una sesión especialmente importante y es como si el grupo entero atendería a ese chico.

Para concluir, en 3 años, el grupo nos hizo avanzar mucho a todas en nuestras prácticas -hay veces muy distintas, unas de otras- en nuestros proyectos profesionales.
Fue difícil por momentos porque siempre es difícil evocar sus fallas, más que todo en público, pero nos hizo más fuertes porque con la confianza, también el grupo nos sostiene cuando estamos solas en nuestros consultorios.
Además, pensar y poner en cuestión nuestras prácticas, nos permite evitar de pasar al acto con los pacientes, lo que siempre en mejor para el trabajo y de no estar un en papel del que sabe, en frente de uno que supone no saber.
En resumen, creo que es una manera más humanista que tecnicísta –que hace falta también- ver nuestro trabajo.

Agradezco la colaboración de la psicóloga Marie Cossart.
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