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Los gritos de un infante. La preservación de lo simbólico en la clínica hospitalaria. (Parte III)

Por todo ello, es que se abre la posibilidad de un abordaje clínico que permita al enfermo con cáncer tener un espacio en el que él pueda sostenerse de algo de lo simbólico que lo anude al deseo de vivir aun en su dolor y sufrimiento.
Susana Vega Martínez | 15/12/2007
Las respuestas rebeldes ante el dolor, son una posición subjetiva desde la cual se declara contra la muerte; conservar su posibilidad estructural de defenderse por todos los medios posibles, los gritos, rasguños, caprichos, enojos da cuenta inequívoca del rechazo ante la enfermedad y su batalla ante ella.

El encuentro con las punciones en el cuerpo se convierten en un desencuentro con aquello que une con lo social. Una paciente de 13 años menciona “…hoy me van hacer punción….yo se que no me duele…. pero tengo que gritar o llorar no se para que a lo mejor para no pensar en lo que me van hacer….”

Los gritos son formas de hacerse escuchar y de ver que algo del deseo permanece, algo sigue vivo, y es necesario de escuchar su propia voz o bien la voz del otro, para que pueda hacer un límite a eso desbordante, a ese dolor en el sentido de dar un limite al goce.

Los gritos, los enojos, la angustia y desesperación son una forma de los pacientes oncológicos para manifestarse vivos, de luchar y aferrarse a seguir viviendo aun cuando los otros, la institución, el personal médico y demás tratan de negar la palabra muerte, negar el cáncer, el dolor, ya que esto provoca angustia e incapacidad para actuar, este borramiento a tal negación hace entrever que el sujeto queda expulsado del mundo simbólico y tratado como sujeto que no debería de articular una demanda, no debería de rebelarse o pedir ayuda, es decir, se les pide a los enfermos que renuncien a los gritos, que se pacifiquen, que se entreguen a la muerte sin luchar.

La muerte antes de la muerte, el cuerpo tendido como una masa en cama, desgarrado por medicación es entregado a lo desconocido, es sumergido a lo real. Es un vivir sin vivir, o vivir con poca vitalidad. El cuerpo acompaña hacia una muerte y el sujeto capturado por ésta se muestra cansado de vivir, muerto en vida.

Es en este sentido que el sujeto queda fuera del discurso, expulsado del lazo social, fuera del lenguaje. Y queda muerto como sujeto de deseo.

Desde la propia institución, otro rostro de la anestesia hacia el paciente, da cabida para no escuchar los gritos de dolor y sufrimiento del otro, dan muestra también de que el personal médico necesita acallar al paciente y de esta manera arrebatarlo del discurso y el lenguaje que lo sostienen como sujeto, precisamente por la incapacidad de la escucha hacia el dolor y la angustia que como ser humano le es inadmisible. Para el médico es necesario este acallamiento porque quizá sin él no podría hacer las intervenciones que son necesarias al paciente, pero también es necesario que haya otro que escuche, otro que no requiera el silencio, que esté advertido de que el dolor enmudecido no calma al sujeto sino que lo borra, otro que sostenga el discurso y la demanda del paciente, aun, cuando éste se convierte en clamor o grito.

Ese enmudecer al sujeto hacia su dolor no es sólo un borramiento de lo simbólico, de lo humano, sino que también es negar que existe un sufrimiento y al mismo tiempo es provocar la ruptura con el lazo social.

En este sentido lo denominado rebeldía (gritos, caprichos, irritaciones, enojos, llantos, el no dejarse picar, etc.) que se presenta en los niños con cáncer dan cuenta de sus intentos por negar la castración, remiten a un NO, corte, límite, fin, ley del tener que morir. En lo referente a lo real más allá de la realidad de un cuerpo con heridas, con picaduras se asoma lo irrepresentable, lo imposible.

Ahora bien, la posibilidad de hacer valer su propio deseo y encontrar algo para poder sostenerse fue aquello de lo que desde lo imposible de ser representado, o se a la muerte, se buscaba una posibilidad de existencia. Se trata de escuchar algo de lo que el paciente tiene que decir, sin acallarlo y de que se apropie de sus palabras, que pueda o intente expresar su experiencia, su dolor o su preocupación.

Por todo ello, es que se abre la posibilidad de un abordaje clínico que permita al enfermo con cáncer tener un espacio en el que él pueda sostenerse de algo de lo simbólico que lo anude al deseo de vivir aun en su dolor y sufrimiento.

Es prestar al otro enfermo el propio cuerpo, a veces sin emitir palabra alguna, sino con silencios y presencia, para que no se rompa o se desvanezca el lazo social; es ser interlocutor y cesto de afectos. Es estar del lado de la escucha para propiciar que lo intolerable sea transformado mediante las palabras y darle la única forma que hace tolerable a lo terrible, la metáfora que proporciona el lenguaje y que transforma en otra cosa lo insoportable. La apuesta en la clínica hospitalaria es que el paciente pudiera ir tejiendo redes sociales que lo sostengan en lo simbólico y le den un lugar diferente frente a su enfermedad. Es buscar la posibilidad de que él ponga algún límite o freno que le permita bordear esos momentos de dolor.

Quizá una posibilidad ética en la clínica hospitalaria, será solo si aceptamos que lo que pretendemos escuchar está del lado de lo imposible, de la muerte. Que esta actividad tiene un límite, porque el estar inmersos en esta clínica no nos exenta de ser invadidos por la muerte, además percatarse de que se trabaja ante el horror, pero que también existen las posibilidades. Freud advirtió, esta es una profesión imposible; pero justamente, hacer algún tratamiento posible de esta imposibilidad es nuestro oficio.


Ponencia presentada en las "1as. Jornadas de Psicoanálisis y Psicología Hospitalaria" Revista Electrónica de Psicología "La Misión"

 

Referencias

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